Hay que cambiar!
Consumimos más, de lo que la Tierra puede ofrecer.
La actual crisis económica, aunque con características propias y una profundidad especial, forma parte de las crisis cíclicas del capitalismo, tiene una peculiaridad que la hace socialmente aún más grave y de mayor calado y de la que no encontraremos la salida sino somos conscientes de que se enmarca en una triple crisis: Energética, climática y de biodiversidad.
Deberíamos hablar por tanto de crisis socio-ecológica. No es un problema meramente ecológico si no un problema humano y por ello en lugar de hablar de gestión de recursos y residuos o de gestión de las crisis ambientales, hay que hacerlo de cambiar el modelo económico de producción, caminando hacia otro basado en la participación democrática de los ciudadanos y en la propiedad y gestión pública de recursos como el agua, la energía, el aire, el suelo y el medio natural, todos ellos recursos estratégicos. El sistema agro-urbano-industrial, imperante en la mayor parte del planeta tierra y expandiéndose hacia la ocupación total del mismo, ha traído consigo el uso y abuso de las energías no renovables, fundamentalmente petróleo y carbón.
Las señales de crisis son claras y no dejan dudas: calentamiento global, pérdida de suelo fértil, desertificación, hecatombe de la biodiversidad y contaminación y exceso de residuos; hechos que producen daños mucho más serios entre los más desfavorecidos ya que los efectos más indeseables del desarrollo capitalista se han exportado a los más débiles, tanto en el interior del primer mundo como en los países pobres, eufemísticamente denominados en “vías de desarrollo”. La ideología de un progreso basado en el crecimiento y desarrollo económico que hemos convenido en denominar sostenible, promueve la falsa creencia de que podemos crecer indefinidamente dentro de una biosfera finita. Esta afirmación está sustentada en el supuesto de que el consumo de energía en la que se basa el actual sistema productivo, urbano, industrial y agrario, puede crecer indefinidamente porque sus límites pueden ser sobrepasados constantemente gracias a la tecnología y a los mercados, sin tener en cuenta algunas consideraciones como que las necesidades humanas básicas no son infinitas, que el llamado “desarrollo”, incluso con el apellido de sostenible no conduce a un estado de riqueza y bienestar o que las soluciones tecnológicas suelen traer consigo nuevos problemas y sobre todo más consumo, consecuencia de lo que se conoce como efecto rebote ya que actúan sobre las raíces del problema, sino sobre sus efectos. A ello habría que añadir por una parte, el argumento de que un crecimiento del PIB, calculado en datos puramente económicos, no significa más bienestar y, por supuesto, no mejora la distribución de la riqueza ni combate la pobreza. Un ejemplo claro es el de que un bosque en buena conservación natural, no genera PIB, mientras que su incendio hace aumentarlo por los servicios que conlleva su extinción o su repoblación. Además, ha quedado demostrado que el mercado es incapaz de asegurar sus propias condiciones de reproducción naturales y sociales, teniendo que recurrir para ello a la explotación de trabajadores y a la expoliación de recursos naturales. No nos engañemos, no se puede hacer frente la crisis socioecológica sin cambiar sustancialmente la estructura económica vigente, y esto conlleva inexorablemente, modificar nuestro estilo de vida.
El compromiso ambiental que no puede separarse del compromiso político; la vieja lucha por la igualdad, hoy tan vigente como nunca por la desigualdad y de la explotación a una escala universal, es importante que camine en busca de un modelo económico, social y territorial ecológicamente viable y socialmente justo e igualitario, ya que no sabemos si ya estamos cerca de sobrepasar un punto de no retorno que conduciría a que la vida en la tierra no sea viable. Para que una “gestión racional de la relación el hombre con la naturaleza” pueda comenzar a convertirse en una realidad hay que ir avanzando en la reorganización de las estructuras económicas en una dirección social y ecológica que llegue a las propias raíces del sistema, lo que conducirá a la sustitución de sus estructuras por otras socialmente justas, políticamente democráticas y ecológicamente compatibles con la perpetuación de la vida en el planeta. Lo único que ocurre es que, hoy por hoy, en las circunstancias y condiciones objetivas actuales están lejos las viejas esperanzas de cambiar el mundo de golpe. Pero, esto no sólo no debe desanimarnos sino todo lo contrario, siendo realistas y conscientes de que muchas medidas que exigir, mucho camino que recorrer que ofrecen algo que los finales difícilmente podrán ofertar: una ilusión, una meta a la que llegar, una Ítaca a la que arribar.